MEMORIA DE SAL
A Marquitos, que
le hubiera
gustado conocer
el otro Nemocón.
Hace algunos años intenté
desarrollar una investigación sobre la tradición oral en Nemocón, sin embargo
muchas situaciones impidieron que esta ambiciosa labor tuviera una conclusión
satisfactoria. Las condiciones tecnológicas hacían muy agotadora, costosa y
extensa la recopilación de todo el material que gran cantidad de informantes
tenía para ofrecernos sobre sus historias de vida, su cotidianidad y los
secretos que albergaba este pequeño pueblo de la sabana de Bogotá. Poco a poco,
algunos de los narradores se fueron a vivir a otras partes, muchos no estaban
interesados en contar su vida personal a un completo desconocido, y otros
desafortunadamente murieron como parte del ciclo vital. Esto hace parte del
trabajo de recopilación de la historia oral, pero la gran ganancia son las
palabras que quedaron en mi memoria, las imágenes de aquellos hermosos ancianos
que de alguna manera se sentían felices al saberse necesarios para recordar la
otra historia de Nemocón. Existe una gran frustración por lo que pudo hacerse y
no se logró, muchas de aquellas personas sólo son un recuerdo y todo lo que
tenían que contar está en la memoria de sus descendientes, que espero sepan
aprovecharla de la mejor manera.
Ahora bien, ¿por qué es
importante conocer la historia de Nemocón? ¿Qué tiene de novedoso escuchar los
recuerdos de un anciano del común que vivió por estos lugares y que fue capaz
de ver la historia del pueblo, no como nos la contaron los historiadores, sino
cómo las personas la observaron en su cotidianidad? Hablar de Nemocón es hablar
de toda la historia de un país, pues su condición geográfica, cerca de la
capital, nos permite ser testigos, casi directos, de muchos de los acontecimientos
fundamentales que transformaron y consolidaron nuestra nación. Pero también el
nombre de Nemocón aparece en investigaciones arqueológicas serias que se han realizado últimamente y su territorio así
lo demuestra. Durante estos años se han podido encontrar algunos hallazgos que permiten
evidenciar el pasado prehistórico que la región alberga. Nos encontramos con
una flauta de hueso que tienen una antigüedad de 7.800 años, varios petroglifos
que sorprenden bajo alguna piedra majestuosa en varias de las veredas del
municipio, como primeras manifestaciones artísticas del hombre primitivo, que
pretendía conocer el universo a través de esas líneas indelebles y armónicas.
Finalmente, los restos de un Mamut, antiguo habitante del valle del río Checua,
hacen parte del museo geológico de la nación.
Se especula mucho sobre el papel
que desempeñó el municipio durante la conquista y la colonia española, sin
embargo es sólo eso, una mera especulación, pues los documentos en los que se
basan los historiadores tradicionales se fundamentan en las crónicas de indias
que tienen una visión sesgada desde el punto de vista del vencedor y dejan de
lado la visión cotidiana y personal del indígena que sobrevivió a uno de los
genocidios más terribles que ha habido en la historia la humanidad. Un ejemplo
es caso de El Carnero de Juan
Rodríguez Freile[1],
indudablemente uno de los libros más importantes de crónicas de indias que se
escribió en este país, donde se menciona la palabra Nemocón para dibujar un
enfrentamiento épico entre el ejército español de Gonzalo Jiménez de Quesada y
el ejército del cacique Bogotá, que más parece una batalla del caballeros
medievales propio de los libros de caballería que tanto entusiasmaban a los
españoles de esa época, que a la sanguinaria masacre de unos hombres a caballo
con armaduras y espadas filosas enfrentados a un grupo de indígenas con lanzas artesanales, sin ninguna protección
y sin ninguna experiencia en batalla. Sin embargo, llama la atención que el
valle de Nemocón se convierta en el escenario ideal para desarrollar aquel
enfrentamiento antes de llegar al sitio donde se irá a fundar la noble Santafé
de Bogotá. Claro, hay que recordar que Rodríguez Freile escribe el libro hacia
el año de 1636, alrededor de cien años después en que estos hechos sucedieran.
A comienzos del siglo XX algunos
los historiadores franceses empezaron a crear una nueva corriente histórica
catalogada como los annales, donde
lejos de preocuparse por los héroes, las grandes batallas, los grandiosos
ejércitos y todos los próceres habidos y por haber, se centraron más en la vida
cotidiana, en aquellas personas que se convertían en víctimas, que tenían que
sufrir o luchar las paradojas de la historia, en ese hombre común que tenía que
preocuparse por su sustento diario, que se convertía en el verdadero soporte de
todo la sociedad, en aquella mujer que era desdibujada por su condición
femenina, pero que sin lugar a dudas era la que consolidaba las bases del
hogar. ¿Pero dónde encontrar esa vida cotidiana de la conquista y la colonia de
los habitantes de Nemocón? No cabe duda que los libros de historia que se han
escrito sobre este municipio, sin demeritar su calidad académica, no lo hacen.
En el Archivo General de la Nación existe una sección llamada Archivo de Caciques e Indios, allí
aparecen una serie de documentos sobre los procesos judiciales que se le hacían
a los indígenas durante la conquista y la colonia, el tipo de justicia que
aplicaba el Encomendero y la labor que desempeñaba el sacerdote para alejar el
demonio de aquellas pobres almas salvajes que hasta ahora habían vivido en el
pecado. Es en estos documentos donde podemos vislumbrar el choque de dos
culturas y la imposibilidad de entenderse los unos a los otros, pues en la
visión ortodoxa y dogmática del español propio de una cultura de la
contrarreforma, no tenía cabida el espíritu místico y natural del indígena. Su
forma de ser, de actuar, de convivir se tornaba escandalosa a los ojos de un
mojigato español, con aires de superioridad y convencido de su verdad absoluta.
Y claro, cuando uno busca en el índice la palabra Nemocón, se remite a una
buena cantidad de documentos que de inmediato nos traslada a ese espacio
sorprendente de la colonia donde nuestros antepasados indígenas convivían con
una serie de problemas propios de su entorno que de alguna manera, poco a poco
iban consolidando nuestra identidad cultural[2].
Nemocón existe oficialmente como
resguardo indígena desde el año de 1638, pero ya antes aparecía su nombre en
muchos documentos históricos. Durante la colonia este lugar se va consolidando
como un albergue para indígenas que venían de otros lugares como por ejemplo el
resguardo de Tasgatá, que desaparece, sus tierras son expropiadas y los
indígenas trasladados a Nemocón. También llegan los últimos indígenas de Tausa
y de Zipaquirá hacia el año de 1777. Y sin embargo Nemocón no llega a ser un
municipio netamente indígena, por el contrario, las sesenta familias de blancos
y mestizos convierten este lugar en una parroquia de blancos[3]. A
partir de la casa del Encomendero, el municipio empieza a adquirir forma, todo
gira alrededor de ese lugar, a tal punto que durante el movimiento de los
comuneros, este sitio se va a convertir en un centro importante para las
negociaciones. Indudablemente, el movimiento comunero liderado por José Antonio
Galán y Juan Francisco Berbeo, entre otros, marcó la historia del país, pues
sus 20.000 hombres que marchaban hacia Santafé de Bogotá, impregnaban miedo a
las autoridades coloniales y por cualquier lugar por donde pasaban imponían su
ley, creaban nuevas administraciones y reorganizaban el gobierno. Nemocón no fue
la excepción. Los indígenas reivindicaron su derecho a administrar la mina de
sal, lo cual conllevó poco después al incendio de la casa de la administración
de salinas, luego llegaron las represalias por parte del gobierno colonial lo
que conllevó al sacrificio de los primeros mártires de la gesta comunera. Me
imagino la cantidad de personas en la plaza de Nemocón esperando las
negociaciones con el Arzobispo Antonio Caballero y Góngora, su rostro nada
confiable, la ingenuidad de los dirigentes comuneros, la gente humilde
esperando una mejor vida, un mejor gobierno, mientras que los atemorizados
españoles empiezan a planear su futura venganza, la figura de Don Ambrosio
Pisco, un indígena natural de esta región que se convierte en una figura
representativa de la revolución. Veinte
mil hombres buscando acomodo en este pequeño lugar, tratando de
alimentarse con lo que produce la región, buscando el sitio más apropiado para
tratar de esperar la buena nueva, las mujeres, los niños, la fiesta, la chicha,
la comida y sobre todo, los olores que se producen en aquella multitud. Eso no siempre
lo muestra la historia, tal vez sí la literatura, pero sobre todo la memora
oral.
Ahora bien, indudablemente la
importancia de Nemocón radica en su gran riqueza mineral, en este caso la sal.
Alrededor de ella gira todo el desarrollo cultural, económico y social de esta
región. Para los indígenas era estratégico encontrar un lugar que les
permitiera sobrevivir, protegerse de los peligros y sobre todo conservar los
alimentos. Ahí está el secreto más valioso de la sal. La carne se descompone
rápidamente pero con la sal cualquier alimento se puede conservar por muchos
días y esto fue fundamental para la consolidación de cualquier sociedad que
pretendiera asentarse en un sitio y crecer. La sal cumplió este papel
excelentemente hasta mediados del siglo XX, cuando los congeladores empezaron a
popularizarse a nivel mundial. Cerca de la mina hay un nacimiento de agua y las
montañas que la rodean son propicias para la protección de los animales
salvajes. La sal es el gran tesoro por el que muchos empezarán a batallar,
buscando siempre su monopolio comercial, en especial durante la colonia y la
independencia. Pero es en el siglo XIX, luego de que Alejandro Von Humbolt, el
científico más importante del imperio napoleónico, recomendara la excavación de
la sal a través de socavones y no de la manera superficial como se venía
haciendo, la producción industrial empezó a crecer. Algunos ingleses que habían
participado en la campaña libertadora, empezaron a administrar la salina, se
convirtió en una fuente recursos para el estado, y un nuevo grupo de personas
acaudaladas empezaron a invertir en grandes haciendas y en inmensas casonas,
que vendrían a darle un esplendor inesperado
al municipio, de tal manera que Nemocón se ve como un sitio propicio para el
descanso y además un lugar óptimo para su desarrollo económico, todo a través
del negocio de la sal. Notables familias bogotanas llegaron para quedarse y asentar
su lugar de recreación en la sabana de Bogotá. Ricardo Moros Urbina, gran
artista colombiano del siglo XIX, nos cuenta que la época de esplendor del
municipio fue entre 1864 y 1875, donde se instalaron respetables colegios y se
convirtió en sitio de veraneo de las familias bogotanas, describe la blancura
de sus casas y el verdor de sus paisajes. Sin embargo, cuando inició la guerra
civil en 1876, las consecuencias para el municipio fueron nefastas, “el pueblo sufrió
mucho y desde entonces decayó en varios sentidos”[4].
A comienzos del siglo XX, el gran
desarrollo de Nemocón se iba a consolidar con la llegada del ferrocarril. El
progreso de su infraestructura iba a girar en torno a estos dos polos unidos:
la comercialización de la sal a través del ferrocarril. Además de la gran
cantidad de transporte de carga, un buen número de pasajeros que transitaban
hacia Boyacá y Santander, o que llegaban al municipio, se iban a unir al festín
de la locomotora en los tiempos del ruido. Nemocón por ese entonces procesaba la
sal en grandes hornos para su comercialización, lo cual implicaba que un
proceso artesanal diera trabajo a la gran cantidad de habitantes de este
pequeño pueblo. Todo giraba en torno a los hornos, el paisaje se transformó y
hasta el mismo ambiente cambió la tonalidad, se tornó gris por el mismo humo
que se producía. En fin, Nemocón era un típico pueblo en blanco y negro, como
sus mismas fotografías. Cabe señalar, que esta situación privilegiada dentro de
la economía del país, no iba a dejar por fuera al municipio de todos los
conflictos sociales y políticos que padeció Colombia en la primera mitad del siglo XX. Los dos trabajos históricos que
se tienen sobre Nemocón (Luis Antonio Orjuela y Germán Caballero) no hacen un
estudio profundo sobre la situación social y política de ésta época. El
conflicto de la guerra de los mil días,
que tanto afectó a sus habitantes y al
país en general, casi no se menciona; y qué decir del acontecimiento social más
importante de esta época, que en palabras de García Márquez, fue el verdadero
inicio del siglo XX: El Bogotazo. Los
acontecimientos del 9 de abril se sintieron en toda Colombia, y mucho más en
los municipios cercanos a la capital. La figura de Jorge Eliecer Gaitán era
fundamental para muchos habitantes de Nemocón y la disputa bipartidista estaba
a la orden del día. Quizás por su inclinación conservadora, estos autores no
les interesaba hacer un análisis político de ésta época, pero indudablemente la
vida cotidiana giraba en torno a estos conflictos, todo estaba permeado por un
color, su vida se definía de acuerdo a su inclinación política, si era liberal
o conservador iba a conseguir mujer, trabajo y bienestar. Todas estas historias
de vida vale la pena documentarla, recopilarlas, darlas a conocer, para que no
olvidamos quienes somos, de qué hacemos parte y por qué estamos aquí.
Entonces ¿dónde encontramos esta
historia que no nos la muestra, por así decirlo, los libros “oficiales”? Pues
en la tradición oral, en la voz de los que no tiene voz, en la memoria perdida
de aquellas personas que fueron testigos directos o que oyeron innumerables
historias de sus padres y abuelos. Ellos tienen mucho que contar, van a
revelarnos una identidad que cada día se va perdiendo más y más, que ya no
tiene ningún valor para nadie, que nos ha dejado huérfanos, carentes de conciencia
de lo que fuimos y de lo que podemos ser. Debemos redescubrir que por estas
mismas calles coloniales, recorrieron hace mucho tiempo personas iguales a
nosotros, con problemas, sentimientos, alegrías y tristezas, pero que marcaron
para siempre la vida cotidiana de un lugar en el que parece que el tiempo se
hubiera detenido. Nemocón tiene historia, pero no sólo una historia de fechas,
héroes, mártires y figuras predominantes. También tiene la otra historia, que
fluye libremente por sus calles empedradas, sus esquinas y zaguanes olvidados,
en las casas deterioradas, casi en ruinas, que van desapareciendo, en los
discretos caminos que no lleva ningún lado, en las veredas sosegadas que nos
deleitan con sus paisajes y con sus maravillosos sonidos nocturnos. Allí están
esas voces que esperan ser escuchadas por nosotros, ser recordadas por las
nuevas generaciones, jamás olvidadas por un municipio que se debe a su pasado, que
tiene un presente complejo, como toda sociedad contemporánea, pero que espera y
sueña dejar un futuro digno y con identidad, a sus futuras generaciones.
Este libro pretende ser un inicio
de la recopilación de esa memoria que se va perdiendo poco a poco. Recoger
algunas leyendas de Nemocón a través de un ejercicio literario es una tarea
indispensable para recobrar nuestra identidad. El grupo de literatura dirigido
por el profesor Luis Muñoz ha venido desarrollando un trabajo muy importante
durante los últimos tres años, no solo referido a la creación literaria que se
ve reflejado en el concurso de cuentos convocado anualmente, sino además en la
tarea de recopilar la memoria del municipio, las leyendas, historias, juegos,
fantasmas y oficios cotidianos a través del ejercicio de la escritura, que
sagradamente se socializan todos los viernes en la tarde, en la biblioteca
municipal Ricardo Moros Urbina. No es
tarea fácil sostener un grupo de literatura, hoy en día las personas se inclina
más por lo visual que por lo escrito, la inmediatez prima sobre el trabajo
dedicado y paulatino que representa la escritura. Sin embargo, hay algo que
llama la atención de un grupo de literatura como éste. Todos tienen la
necesidad de contar algo, de plasmar muchas historias que han vivido, que han
escuchado, que han soñado, y es allí donde encuentran esa libertad para crear,
se sienten felices, vivos, no importa como lo hacen, si está bien o mal
organizado, con problemas de escritura, lo que importa es que se atrevan a
hacerlo. Y se atreven. Este es el producto de su atrevimiento, la recopilación
de una buena cantidad de leyendas sobre Nemocón, que hacen parte del imaginario
local y que ahora se ve reflejado en un proceso de escritura como éste.
Seis personas escriben este
libro, cada una de ellas tiene un estilo diferente.
César Sánchez aborda las leyendas
con un estilo literario, apropiándose de manera muy personal de esas historias
que tal vez, de la boca de sus padres y abuelos, las escuchó desde niño, con un
asombro fantástico por lo que había sucedido en su pueblo hacía muchos años. No
en vano ha participado varias veces en el concurso de cuento, obteniendo muy
buenos resultado, lo que le da una gran experiencia como contador de historias.
Sus leyendas son las tradicionales del pueblo, La sinsombrero, la leyenda del perro negro, la carreta de bueyes a
media noche, la bruja del Resbalón. Son contadas de manera muy particular,
con un buen estilo narrativo que permite al lector adentrarse en aquel paisaje
propio de la región.
Las leyendas que nos ofrece Olga Lucía
Ríos son maravillosas, su experiencia como escritora es evidente a la hora se
apropiarse de la historia oral de Nemocón, recopila una cantidad de leyendas y
las personaliza con su poética pluma. No hay nada como una persona lejana a
esta región, para poder percibir cosas que a nosotros se nos pasan. Escribir
desde afuera, con total imparcialidad. Ella observa, escucha, escribe.
Muchas leyendas salen de su escritura y
todas reflejan de alguna manera nuestra región, su trabajo es impecable y le da
vida a este libro.
Algunos escritores escriben con
las vísceras (dicen por ahí), les sale de lo más profundo de su ser esas
palabras que con toda sinceridad y sencillez plasman en una hoja, eso los hace
talentosos, originales, únicos. Este es el caso del trabajo mostrado por
Armando Garnica. Su experiencia con la escritura se basa en la pura necesidad
de contar algo, de ver reflejado su Nemocón imaginario en una historia contada
por él, de recordar aquellos personajes que rodearon su infancia nemequene, el
trasegar por aquel pueblo en blanco y negro. Sin lugar a dudas su participación
activa dentro del grupo de literatura ha sido fundamental.
No podía faltar aquí la persona
que ha ganado dos veces el concurso de cuento municipal, el educador Yanil
Sánchez. Su producción narrativa es constante y bien disciplinada, se nota un
trabajo con la palabra y sobre todo conoce de lo que escribe, en este caso de
Nemocón. Nadie como él para escuchar las historias de los abuelos que tanto
deleitaron su niñez, esos secretos, esas leyendas, esos fantasmas que
recorrieron el pueblo hace muchos años; pero
también está el hombre del común, deapie, como dicen, con sus necesidades, sus
tristezas, sus rituales, sus negocios, sus alegrías, sus fiestas, los olores y
los colores, todo ese mundo cotidiano del habitante de Nemocón que tanto nos
entusiasmó, ya sea por los recuerdos o por las imágenes que poco a poco nos van
llegando, como es el caso de estas historias de Yanil.
Escribir no es fácil, algunos
dicen que requiere talento; otros, disciplina. Pero en realidad lo que más se
necesita es ganas de escribir, atreverse a superar la hoja en blanco, expresar
lo que se piensa, se siente, se sabe, a través de la palabra, sin preocuparnos
si lo hacemos bien o mal. De eso se trata este juego. Los oficios se van
perfeccionando a medida que se van practicando, pero lo importante es iniciar.
Fernando Caicedo no es un escritor consagrado, pero se atreve a escribir dos
leyendas muy conocidas en el municipio, y sale bien librado. No sólo organiza
muy bien la trama, sino que nos envuelve con su estilo muy particular, que
parece como si él estuviese ahí sentado, contándonos la leyenda. Y nos
convence. Ese es el gran mérito del trabajo presentado por este joven
nemequene.
Finalmente está el maestro. Luis
Muñoz ha trabajado durante muchos años con la tradición oral en Nemocón, nadie
como él para saber sobre las historias más inverosímiles de esta región. Y lo
combina muy bien con su pasión por la literatura. Este poeta y narrador, ha
ganado su reconocimiento a punta de trabajo y talento. Es reconocido por su
sencillez, su conocimiento literario, su humor, pero sobre todo, por su
capacidad de trabajo con grupos de literatura, tanto de adultos como
especialmente de niños. Es allí donde Luis tiene su mayor logro. Brindar la
posibilidad de la escritura en ese universo imaginario de la infancia. Jugar
con las palabras como si fuera un balón, trastocar la realidad con la fantasía
de los niños, poder expresar los que se siente, lo que se piensa y lo que se
sueña es la gran ganancia para nuestra niñez. Las leyendas que nos presenta,
son las mejor logradas literariamente. Combina muy bien el origen de las
historias, su carácter de leyenda, con el talento literario. Cuentos como El ataúd, o la Gota de sangre tiene un estilo fantástico, pero también está El tesoro de los dos centavos, que
imprime un toque de humor, muchas veces necesario en este tipo de leyendas. Uno
de los cuentos que llama la atención es Iglesia
De Viernes Santo que nos remite al sueño de Rip Van Winkle, del escritor norteamericano Washington Irving, un verdadero
clásico de la literatura universal. En general, todos los cuentos de Luis Muñoz
hacen que este libro tenga un verdadero carácter literario.
El taller de literatura tiene sus frutos,
ojalá fueran más personas las que aquí escribieran, y sé que están por ahí,
recorriendo las calles de Nemocón, con todas las ganas de contar, pero muchas
veces con el temor, la pena, la desconfianza, que nos cohíbe de un buen
trabajo. Este es un inicio para desarrollar un trabajo a futuro, no solo de
escritura creativa, sino de recopilación de la historia de nuestro pueblo, la
otra historia jamás contada en los libros “oficiales”, aquella historia que
nuestros padres y abuelos nos repitieron tantas tardes y noches, a la orilla
del fogón, disfrutando de un suculento chocolate con almojábana, sin las
premuras de la televisión, del internet, del consumismo mediático. Debemos
aprovechar los medios electrónicos de hoy día para recopilar aquellas historias
que van desapareciendo por siempre, utilizar todas las herramientas posibles
para adentrarnos en la memoria de Nemocón, no dejar que nuestros viejos se
vayan sin que nosotros podamos valorar lo que vivieron y conocieron, ese es el
legado más valioso que les dejaremos a las futuras generaciones, nuestra
identidad, con sus virtudes y defectos, pero sabiéndonos un pueblo que durante
siglos ha estado identificado con su tierra, con sus paisajes, con sus
leyendas.
Por último quisiera agradecer a
muchas personas que han sido muy valiosa en el desarrollo de esta empresa. A Juan
Guillermo Sánchez, Manuel Felipe Castrillón, Diego Guzmán, Blanca Arroyave,
Adriana Guerrero, Víctor Suárez, Álvaro Gómez Mazuera que participaron
activamente en el grupo de literatura. Además toda esta labor no sería posible
sin el apoyo incondicional de la administración municipal: El Alcalde
Municipal, Luis Felipe Castro Gómez;
el director de la casa de la cultura, Hugo Solano Bernal; el director de la
biblioteca municipal, César Hernán Sánchez Alonso. Finalmente este libro se convierte en un
homenaje a nuestro gran amigo, que nos abandonó en el camino de esta vida, pero
que conoció este proyecto, nos colaboró, aportó con sus ideas, y nos alegró
muchos momentos: el maestro Marco Antonio Paz (qepd).
Fernando Cuestas
[1] El capítulo 5° del Carnero concluye con una pequeña alusión
al valle de Nemocón donde el cacique Bogotá sale al encuentro de las nuevas
gentes que llegan a estas tierras. El cronista deja a la expectativa esta
batalla y en el capítulo 6° hace un recuento sobre las costumbres, los ritos y
ceremonias de los indígenas de esta región donde se alude el espectáculo
ceremonial en la laguna de Guatavita y todas las ofrendas que los indígenas
hacía. Luego aparece el capítulo 6°bis cuyo título dice lo siguiente: “En que se cuenta cómo los dos campos, el de
los españoles y el de Bogotá se vieron en los llanos de Nemocón, y lo que resultó de la vista. La muerte del cacique de
Bogotá, y de donde se originó llamar a estos naturales moscas. La venida de
Nicolás de Federmán y de don Sebastián de Benalcázar, con los nombres de los
capitales y soldados que hicieron esta conquista”. Sin embargo, falta el
principio de este capítulo en todos los manuscritos encontrados, donde muy
seguramente se hablaba mucho más sobre este valle. Ver, Juan Rodríguez Freile, El Carnero (según el otro manuscrito de
yerbabuena), Instituto Caro y Cuervo, Santafé de Bogotá, 1997.
[2] En el Archivo General De La
Nación, del Fondo Documental Caciques e
Indios, existe alrededor de unas cien referencias sobre la palabra Nemocón.
Un ejemplo de ello es el siguiente proceso judicial. Año: 1625, Fondo: Caciques
e indios, Tomo: 70, Rollo: 071/78, Folios:
208-219, Descripción: Indios de Nemocón,
de la encomienda de don Juan de Olmos. Su defensa por la acusación que les hizo
don Pedro, su cacique y el corregidor Cristóbal Tinoco, sobre que
recíprocamente se cedían sus mujeres para los aspectos sexuales.
[3] El resguardo era considerado
como la base de la estructura social de la colonia. La función consistía en
resguardar un grupo de individuos en un territorio. Estos indígenas explotaban
colectivamente unas tierras que no podían ser vendidas o transadas. Además
estaba el Encomendero, encargado de impartir justicia y adoctrinar a los
aborígenes. Ver, Germán Enrique Caballero Herrera, "Lamento de guerrero" Monografía de Nemocón, Alcaldía
municipal de Nemocón, Nemocón, 2011.
[4]
Varias personalidades
respetables de la sociedad santafereña tuvieron que ver con este municipio, por
ejemplo el educador José Joaquín Casas, los poetas Manuel Medardo Espinosa y
Diego Fallon, el político y empresario, Miguel Gutiérrez Nieto, que fue gobernador
de Bogotá. El artículo publicado por el artista Moros Urbina está citado en el
libro del Profesor Orjuela, una monografía que nos ilustra de manera muy
general, la historia de Nemocón. Luis Antonio Orjuela Quintero, Nemocón: sal y cultura. Nemocón, 1999.
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