TAN OSCURO COMO EL CIELO

En aquella fría madrugada terribles pesadillas espantaban mi sueño, yo era un anciano que Elohim expulsaba de sus entrañas mientras un grito ahogaba el horizonte: “¡ahora serás!”. El espacio blanquecino lo cubría todo y una sensación de impotencia me abrumaba, caía en el vacío angustiosamente. Me desperté ahogado en sudor y cuando encendí la lámpara una extraña visión cubría la noche. Una especie de ángel resplandeciente descansaba en el borde de mi cama, tenía unas alas extensas que aleteaban con una deslucida gracia y el rostro celestial contrastaba con las verrugosas garras aferradas a mi lecho, parecía un grabado desgastado. No se trataba de un sueño, pues estaba consciente de todos mis actos, pero era claro que lo que estaba sucediendo en mi cuarto no podía ser real. 

El día me sorprendió caído de la cama y un fuerte dolor de cabeza evocaba la pesadilla de la noche anterior. Recordaba todo perfectamente, con desconcierto, pues se trataba de un aparente sueño. Poco después encontré el origen de aquella pesadilla sobre mi escritorio: el libro de poesía completa de William Blake estaba abierto en el poema “Las visiones de las hijas de Albión”, donde se invocaba a Urizen y los ángeles celestiales. Comencé a investigar la vida de aquel artista inglés que tantos interrogantes había despertado entre los pintores y poetas de los dos últimos siglos, encontrándome con un mundo fantástico que rompía todas las normas de su época.

El Londres neblinoso y frío de 1.757 fue testigo del nacimiento de William Blake, uno de los hombres más extraños de la literatura y el menos contemporáneo de todos, como diría Borges. Hijo de un mercero y de familia protestante, expresa en su poema la llegada a este mundo: 


“Mi madre gemía, mi padre lloraba.
Al peligroso mundo salté 
desamparado y desnudo, chillaba
como demonio en una nube oculto. 
Me debatía en manos de mi padre; 
y luchaba con mis pañales. 
Hasta que, maniatado y cansado, pensé que lo mejor 
era amorrarse al pecho de mi madre”.  


A la edad de 8 años, cuando caminaba por el bosque, el pequeño contempló cautivado un inmenso árbol poblado de ángeles; los mayores no entendieron la visión y el niño fue castigado por insolente y mentiroso; mientras lloraba en la soledad de su cuarto, Dios asomó su cabeza por la ventana y le sonrió. La vida le enseñó a guardar para sí mismo los contactos divinos, pero pronto encontró en el grabado y la poesía una forma de manifestarlos. 

Nunca asistió a la escuela como los demás niños, pero dada sus cualidades artísticas, aprendió dibujo en una academia a los 10 años, copiando vaciados de esculturas antiguas; pasó luego a ser alumno de grabador Basire con quien trabajó durante 7 años y conoció la abadía de Westminster, realizando copias de tumbas y esculturas, adquiriendo un gran amor por el arte gótico. Llegó a considerarlo como un jeroglífico vibrante de lo divino y que se respondía con la sensualidad espiritual de lo místico. Sentía el gótico como una forma viva. Finalmente terminó estudiando en la Royal Academy, cuyo director, Sir Joshua Reynolds criticó fuertemente el trabajo de Blake y esto produjo un profundo odio hacia las directivas, expresado en varios poemas. “Habiendo perdido el vigor de mi juventud y mi genio bajo la opresión de Sir Joshua y su banda de astutos bellacos contratados sin empleo”. Al rebelarse contra el mundo académico, se rebeló también contra la sociedad, y sus críticas se volvieron más feroces y corrosivas. Rechazó el color y el ilumunismo de las pinturas al óleo y se interesó más por el grabado, acogiendo una nueva técnica para ilustrar las obras, que contenía además su poesía, dando un tono primitivo e ingenuo.

No podría decir a ciencia cierta qué es la poesía para William Blake, pero al leerla se vislumbra una extraña sencillez, y deja la sensación de que un verso hermoso no necesita cubrirse de palabras difíciles, llenas de sabiduría, razón y lógica que impidan ahogarnos en las pasiones de su mundo poético sórdido, a punto de evanescerse, lleno de imágenes ilusorias que llegan por sorpresa, con tal fluidez, que lo convierten en visionario, medieval, contradictorio y extravagante. En él, lo mágico, la vida y la muerte, las regiones apocalípticas y dantescas, ángeles y demonios están en constante asedio, una pesadilla hecha vida. Consideraba que la unión del lector con la obra es mística, abogaba por la estética y la moral, y se creía tan sólo un intermediario de los ángeles celestiales. Concibió una mitología personal en la que Cuatro Zoas rigen el alma y cumplen una función determinada. Se habla de Los (imaginación), Urizen (la razón, expulsado del paraíso por promulgar la ley moral), Tharmas  (el cuerpo), y Luvah (las pasiones); estos emanan su parte femenina: Ahania, Enitharmon, Vala y Enion. 


De sus primeros poemas se destaca el canto a las cuatro estaciones del año, pero sobre todo el poema fantástico, Hermosa Elenor. Nuestra dama cruza el portal un castillo y al escuchar un lamento sordo cae desmayada. Cuando revive, la muerte ya ha notado su presencia y un infeliz se acerca a ella entregándole un paño húmedo y envuelto, luego sale corriendo, grita y se arroja al foso de lodo para ahogarse. Elenor huye despavorida y llega a la tranquilidad su casa, pero nefastos presagios agobian su espíritu. El paño lentamente se descubre y es la cabeza de su amado, ensangrentada, que gime y expresa su infortunio. El duque lo ha matado para quedarse con ella. La hermosa Elenor “dejó caer sus miembros yertos, rígida como una piedra. Tomando la ensangrentada cabeza entre sus manos besó los pálidos labios. No tenía lágrimas que derramar. Lo llevó a su seno y lanzó un último gemido”. No importa cuánto nos sonría la muerte, la última carcajada está destinada a la muerte.


Tiriel es un poema en prosa, ilustrado por el autor como casi todos sus escritos. Los originales son una verdadera obra de arte, los grabados de ángeles y demonios juegan con las palabras y de oscuras cuevas brotan los poemas. Inquietante sobre todo la historia de Tiriel, llena de maldiciones, injurias, tristezas y horrores. El malvado Tiriel, ciego y viejo, lleva el cuerpo moribundo de su esposa al castillo de sus hijos, otrora de él. Los hijos lo desprecian pero acceden a que la madre sea enterrada en el jardín. El viejo parte hacia el valle de Har y se encuentra con su hermano Ijim que lo insulta y se burla llevándolo de nuevo hasta el castillo. Sus hijos al volverlo a ver temen su presencia, Tiriel invoca una maldición y del cielo oscuro un rayo de fuego cae sobre el castillo; los hijos huyen despavoridos de la muerte negra. El tirano escoge a su hija Hela para que lo guíe y se alejan. Cuando la luz del día llega al castillo sólo la peste habita allí. Hela, horrorizada por el destino de sus hermanos aspira que el viejo pague con una desgracia, pero el padre la amenaza con su maldición y sus cabellos se convierten en serpientes. Los gritos de Hela se internan en el bosque y llegan a la montaña de Har. Tiriel cavila sobre el hombre que gravita entre dos puntos: una desgracia y una felicidad, la infancia malograda y la muerte que vuela sobre él.

El poema más conocido de William Blake es El Tigre, perteneciente al libro Cantos de la experiencia. Seis estrofas que expresan a la perfección la armonía entre la fuerza salvaje y la belleza sublime del animal. 

“Tigre, tigre, que te enciendes en luz 
por los bosques de la noche 
¿qué mano inmortal, qué ojo 
osó idear tu terrible simetría?”. 

Pero sin duda, el libro que más inquieta por su forma y tema es Las bodas del cielo y el infierno, un viaje onírico al submundo de fuego, haciéndonos  recodar los famosos viajes de Dante, Ulises y Eneas. Los proverbios del infierno son una lección filosófica de vida que nos acerca al pensamiento del poeta. “La senda del exceso lleva al palacio de la sabiduría... El necio no ve el mismo árbol que ve el sabio... El rugir de los leones, el aullido de los lobos, el oleaje furioso del mar huracanado y la espada destructora son porciones de la eternidad demasiado grandes para que la aprecie el ojo humano... La cabeza es lo sublime; el corazón, lo patético; los genitales, la belleza; manos y pies son la proporción”. En el verano de 1828 murió cantado el poeta de las tinieblas dejándonos un legado tan extraordinario de poesía y grabado, que muy pocos hombres pudieron combinar a la perfección. 




Comentarios

Entradas populares de este blog

Ejercicio de escritura # 3

EL ÚLTIMO EMPERADOR

Mis tres voces femeninas favoritas